Acerca de la inmortalidad de la miseria en la ignorancia que vigila y sucumbe en los altares permanentes a la hipocresía y a la soledad, que pronto se llena de peregrinos que beben de su hiel.
Permanente a criticar cómo es que se integra una persona, para profetizar lo que sería el vientre de una sociedad divida y abandonada, carente de vibraciones y sonares del alma, que al chocar con el seno de nuestra victoriosa e implacable inconsciencia, transformase en emociones y vida que podemos suplantar en miles de ideas.
Sembrar arraigadamente en la escritura divina de la vida de otro hombre, para poder emprender un viaje al olvido y el susurro de un mañana que tal vez no exista, a sonares que sin querer persistan y eh ahí donde la montaña dorada de la inteligencia del hombre se destruye por el amar inconsciente de otro hombre… y susurran.
Las miradas ocultas debajo de la mesa emprenden una huída navegando por el mar oculto de sus emociones y pasiones ocultas, en las que, el hombre se relaciona y se entremezcla con otro hombre … y se miran.
Atravesando un portal de sensaciones que tiemblan con el pesar de las vistas chismosas, insulsas, que chismorrean uno al otro, diciendo, prometiendo, criticando, el qué pasará, y el por qué de los entes que se aman … y se hunden.
No obstante, la llamada alegría que profana en la vida de estos entes, se disfraza de gozo y danza alrededor de la fuente gloriosa del sexo y la pasión, violando su moral, para convertirse en un esclavo más del pudor y la acción lujuriosa… de caer en el otro, susurrar y hundirse en la boca contraria, para satisfacer el ansia por la necesidad de amarse uno al otro, sin que el tiempo se detenga, ni que prosiga, solo exista, en un segundo eterno, en el que ambos, se miran.
Yahir García